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domingo, 20 de septiembre de 2015

Julio Cortázar descubre al prójimo

Casi lo puedo ver, con su altura desmesurada, sus ojos anormalmente separados - rasgo que, diría, heredaría de su abuelo materno-, sus manos de pianista que escogieron un piano más pequeño, más cuadrado, que se llamó Olivetti LETTERA, que con no pocas teclas, emitió tres notas tan solo - el timbre del margen, la tecla que baja, la cinta que corre.

Decía que casi lo puedo ver, solo, en su dormitorio, con poco más de nueve años, rozando con los dedos los pasillos que huelen a Verne, que duelen a Poe, refugiado en la soledad de una casa de fantasmas - fantasmas como bien pudo serlo su padre, que no todos los fantasmas han muerto alguna vez. Y entonces Banfield, y entonces la Escuela Normal, y entonces el maestro, solo, tan solo. Tal vez no sea 'solo' la palabra, sino solitario. Solitario, sí. Solitario hasta que llegó a París y descubrió al prójimo. Como yo, descubrí al prójimo en su ausencia, por su ausencia. Al prójimo lejano, al prójimo que está lejos, al que a veces cada uno de nosotros preferimos tenerlo detrás de la puerta de un cuarto, al que arrojamos palabras que son ficción, y quimeras y enfados, sin certeza ni verdad ni intención. La dificultad de la distancia siempre, la ayuda siempre asumida, inadvertida, que caminaba a nuestras espaldas. A veces halagábamos la soledad. Claro que un día tomamos el avión, tan sólo tú, la maleta, y adviertes, entonces adviertes que malentendiste, que no quisiste entender el significado de la soledad, y entonces te giras y compruebas que no está ya la sombra, la ayuda asumida, el receptor sin reproches de tus palabras, meramente las palabras de un sordomudo, y ya no es sólo la distancia el gran muro, el impedimento, sino que existe otro muro, un muro infranqueable, que es el tiempo. Porque ya solo resta dejar las horas pasar, pero el tiempo y el frío, y a veces se siente, en el metro, siempre en el metro, no se sabe bien por qué. Pero en alguna librería hay unos libros, un piano que suena virgen, que suena inocente, y lo escucho y entonces tal vez esas horas no sean tan infranqueables, sino simplemente horas, y hay que comprenderlo, y hay que dejarlas estar.

Llega a París y está solo, y París es tan distante, París es tan distinta a París estando solo, y es entonces cuando Julio descubre al prójimo - no recuerdo exactamente cuándo lo explicaba, dónde lo explicaba. Entonces cuando su literatura deja de ser Bestiario para ser en cambio "El perseguidor", y Charlie Parker, y Gregorovius, Rocamadour. Entonces que busca, que necesita de las personas, es así como descubre al prójimo - en la soledad -, el paradójico juego, la cómica antítesis. Aún recuerdo, ya hace años, cuando Melville me contaba que "no hay cualidad en este mundo que no lo sea meramente por contraste": 

Es así, ya lo dije, es así como descubre al prójimo. En la soledad, pero en la soledad de veras. La que te cala los huesos, la que te empapa hasta el alma, y entonces hay necesidad de agarrar los dos extremos, de retorcer, de exprimir, de dejar caer el agua, porque esa es la soledad, y ahora se siente más, ahora que se está calado y empieza a hacer frío y sopla el viento.


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María Domínguez del Castillo


viernes, 5 de junio de 2015

Los últimos de Filipinas

En los Juicios de Núremberg, Göring declara que de entre las razones de la participación alemana en la Guerra Civil Española, preponderaba el poner a prueba la Luftwaffe. Y esta Legión Cóndor inicialmente se limitaba a realizar tareas de reconocimiento y a ofrecer apoyo aéreo a tropas. Después llegó el primer bombardeo de la historia dirigido contra la población civil. 

Hasta hace poco no fui consciente. No fui consciente a pesar de haber oído tantas veces esa palabra, Guernica. A pesar de haber visto tantas veces esa pintura de triángulos blancos y triángulos negros. Recuerdo esa frustración infantil, la de no entender. La de querer entender, y no entender. La de no entender una pintura que entonces me dijeron que era arte, poco después de enseñarme que el arte era una Gioconda, un nacimiento de Venus, una Escuela de Atenas, todo tan en su lugar, tan cuadriculado, tan cuaderno de cálculos y fórmulas y números. Y entonces la confusión. Así que aquello también era arte. Tan. Era arte. Ahora. Arte. Triángulos. Negros y. Blancos y. Arte. Era arte y aceptarlo, y aceptarlo como se aceptaba que uno entre cero era infinito, como se aceptaba el Romance de la luna porque sonaba bien, porque alguien más viejo y más alto decía que eso era arte. Pero ahora. Es decir, ahora el símbolo, ahora la luna, el nardo, el gitano. Ahora Picasso, pero también Delvaux, y la Aurora de Nueva York, y T,S. Eliot, y Ensor, y Dalí, y Edgar Ende. Ahora empezar a entender. Entender que el arte no es la mera golosina de los ojos. Entender que para entender hace falta la historia, las palabras y los años. 

Guernica bombardeada por ninguna razón, por ninguna causa. Sobre el civil, sobre el vecino, el peluquero de la esquina, la madre y su bebé del piso de arriba que no deja de llorar. Sobre el que pide en el supermercado, sobre el afilador, la prima Carmen, el maestro de escuela. Guernica, no más que el presagio de otra bomba sobre Coventry, sobre Varsovia, el presagio del Blitzkrieg, del Stuka. Y entonces la venganza. Nadie. No se salva nadie. La venganza ardiendo en Berlín, mujeres violadas en Alemania, mujeres violadas en Normandía. Allá mismo, en Berlín, cuando la guerra estaba perdida, no tardaron en hacer llamar a sus ancianos y a sus niños de quince años - esos "Hombres lobo" - a primera fila, la carne de cañón que no dudó en lanzarse a la calle, y todo por el Führer, por el Führer - de ahí que "desnazificación" no fuera un término exagerado" -. De nuevo estaban allí, los últimos de Filipinas. 

¿Que cuál es la importancia de la historia, de la literatura, para un futuro ingeniero? Y digo la importancia de la historia, no de la doctrina de la historia del sistema actual, no del memorizar doce temas para luego vomitarlos y el primperan y la resaca y la nota de corte. Estudiar historia para que no ocurra mañana lo que ocurrió ayer. Para que ese ingeniero no cree otro "Little Boy". Para que mañana en España siga habiendo sufragio universal. Para no retroceder hasta la prehistoria del desconocimiento y la pasividad y la sorpresa, de las barricadas y de las cabezas cortadas. Y si el ingeniero quiere una utilidad más práctica, más inmediata, historia por el mero ejercicio intelectual que supone su estudio, para pensar, para que la mente no quede dormida entre calculadoras y números. Para crear, para fabricar y no ser fabricados por estas tablets, estos ordenadores, estos aparatos que cada día parecen más humanizados que nosotros mismos. 

Pero claro, ahora entonces no sería de extrañar que surgiera otra corriente literaria, otra variante del existencialismo, del vanguardismo. La deshumanización de entreguerras que Ortega tornó atemporal. La humanización de la pantalla táctil y la deshumanización de quien la controla. Pero si existiera, si esta corriente literaria existiera, ¿quién la escucharía, quién la encontraría, entre una y otra biografía de la ex-novia de un torero?

No seamos, de nuevo, los últimos de Filipinas.

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María Domínguez del Castillo

lunes, 20 de octubre de 2014

Efímeros azares

Efímeros azares, efímeras suertes de felicidad.

Qué bien poder hablar con alguien sobre perderse o estar perdido, sobre las lenguas y las ciudades, sobre la música y los museos, hablar del café y de los cafés, del jazz y de Charlie Parker, del retrato tan perfecto de un Budha oriental dibujado por un Hesse alemán, europeo, occidental.
Qué bien poder hablar con alguien que no le saca a uno al menos treinta años, con alguien de la misma condición, con los mismos problemas, que no, por una vez, no con otros más adultos que se tendrán, que tendré, y que ya alcanzo a percibir bajo el polvo y el tiempo.

Decir viajé a tal ciudad, y no tener que responder a un ¿y cuánto costó, cuántos días, qué compraste, para qué? (esas preguntas que tanto repudiaba el amigo del Principito, el piloto de avión), y sí hacerlo a un ¿te gustó la ciudad, cómo eran las calles, las casas, los colores?

Qué bien poder hablar con alguien, con ese primer alguien que alaba cierta compañía de vuelo por sus vuelos, por su democratización, en contraposición con esa inmensa mayoría, esa inmensa masa compacta y densa y pastosa que tanto la critica por la dificultad de los trámites, por las exigencias totalitarias,  por la poca exquisitez… Pues, ¿qué otra exquisitez que viajar por el precio de un pulóver y dejarse tragar, consumir lentamente en corrientes del Sena y en ese fuego sordo de la rue de la Huchette, que hallarse así con poco más que una bolsa, algún libro, algo de tinta, en un pueblecito belga, qué más da el lugar, qué mayor exquisitez que abandonarse en un hostal, el más pequeño, el más pobre, que despegar un viernes y aterrizar (¡aterrizar!) un domingo para volver a entrar en ese eterno retorno de las alarmas y la tostada quemada, de la ducha fría a las siete y el almuerzo a la una y cinco, del café que se enfría y de los paraguas rotos, todo en papel milimetrado, todo, todo, todo, uno, dos, tres…

Pero qué efímeros estos alguien, estas personas, anónimos, estos pequeños espejos imperfectos a los que nos miramos un día; qué fugaces y casuales, y papel que vuela, y hoja que cae, siempre en ese azar de idas y vueltas, ora me quedo y te conozco, ora me marcho y te comienzo a desconocer, pero antes, hubo un antes, antes, antes, ¿entiendes?

Y entonces quedan los antes, las tardes de dos guitarras, los domingos en tiendas de segunda mano en una ciudad de mar inglés, las horas de cafés y libros y paseos por los cementerios, un pueblo perdido vestido de verde y lluvia, los mediodías de Herman Hesse, la luz de las vidrieras, los cantos de una iglesia anglicana con libros de canciones y ladrillos rojos, la palabra, el antes, el swing…

Efímeros azares, efímeras suertes de felicidad.

jueves, 15 de mayo de 2014

Feria del Libro de Sevilla, 2014

Un año más se celebra la Feria del Libro de Sevilla, del 22 de mayo al 1 de junio.

Creo que fue hace unos tres años cuando, en la Plaza Nueva de Sevilla, leía mi relato (no recuerdo el título, trataba de un tal Manheb...), con motivo de un certamen literario. Es curioso. No recuerdo su título, pero sí recuerdo aquella profecía, el presentimiento infalible, las palabras de una profesora, una persona a la que debo tanto: Tengo una corazonada.

Este año vuelvo a la Feria del Libro, en la que participar es siempre un regalo, también una esperanza. Supongo que este mundo, el de la literatura, ahora, ahora sobre todo, es el tesoro de los artesanos, de los guardianes y de los maestros: los que la crean, los que la protegen, los que la enseñan, y sin estos, sin estos últimos en especial, nos iríamos a pique, a pique de verdad, aquellos que vivimos por y para ella. Y creer (porque al menos quiero creerlo) que en parte, remota acaso, pero en parte, puedo ser de esos juglares, esos maestros o artesanos, hace que, aunque insatisfecha, impotente, incapaz de más, tenga la conciencia tranquila (qué digo, menos intranquila). 

He tenido la suerte, el honor, he tenido la realidad onírica (no sé ya cómo llamarlo), aunque también la indecencia (porque qué bien lo hubiera hecho otro, Julio Cortázar, qué bien) de traducir del francés una introducción de Yasmina Khadra a una edición del libro-disco basado en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, interpretado por Ángel Corpa, y de asistir a la presentación el viernes 23 de mayo en la Plaza Nueva, de 13'00 a 14'00. 

Yasmina Khadra nació en Argelia y reside ahora en Francia, con una vida, una biografía de todo menos común, de todo menos aburrida o fácil, y que, tal y como he hablado hoy con otra persona a la que debo más de lo que tal vez pueda llegar a decirse, o a escribirse, me recuerda al mismo Albert Camus - escritor argelino, hijo de colonos franceses, que tampoco pudo luchar contra la corriente del río Sena y que, como muchos otros, allí acabó, en su orilla, en París. Casualmente este verano leí un libro de Khadra, Lo que el día debe a la noche, un magnífico libro, con una reciente adaptación cinematográfica, que relata la vida de Younes, desde su infancia, el dolor, el amor, la vida durante la revuelta argelina. 

Ya solo queda invitar a estos lectores, no muchos, pero lectores, que visiten la Feria del Libro de Sevilla, que acojan a un libro, que no lo abandonen, que lo cuiden, que lo lean, que lean, que sepan, que piensen. 

He llegado a pensar que si llego a encontrarme, en alguna ocasión, por alguna razón, perdonad la cacofonía, con Yasmina Khadra, tal vez (tal vez, no, lo más probable), tal vez se me olvide de repente hablar en francés.

martes, 22 de abril de 2014

Quema de libros

¡Cómo, cómo ardían! ¡Aquellos libros de caballería entre las llamas! Así lo hicieron en Don Quijote de la Mancha. Y entre las páginas de humo, y entre la tinta hecha hollín, prenden aquellas ideas revolucionarias, aquellas historias de aventura y de libertad del pobre Alonso Quijano, que, a pesar del fuego, quedaron flotando en el aire como lo hace la ceniza, como la madera luce un disfraz de ascuas incandescentes después de muerta.

"It was a pleasure to burn. It was a special pleasure to see things eaten, to see things blackened and changed." Así lo quiso Ray Bradbury. También los quiso quemar, los quiso ver devorados, ennegrecidos y cambiados. Y en Fahrenheit 451, esa literatura, ¿dónde quedó? "Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en un resumen de diccionario de diez o doce líneas." Un pasado histórico falso, manipulado, tergiversado, hecho carbón, pero, ¿quién probaba, quién podía demostrar que no fue así en un ayer, que los bomberos antes apagaban fuegos ('fuego', diría J. Cortázar en Todos los fuegos, el fuego), en vez de causarlos, que la gente sabía, que pensaba, que hablaba, que hablaba con personas? ¿Quién? 

En 1984, George Orwell parecía estar seguro de que nadie, nadie, nadie podía demostrarlo (y menos bajo la mirada de 'Gran Hermano'). La historia se crea en el presente, y el ministerio de Verdad juega bien sus cartas, quemando (¡quemando!), quemando testimonios, prendiendo documentos, escribiendo otra verdad, otra historia que pasaba a ser la que siempre había sido, sin apenas temer que el pueblo no lo creyera así.

Aunque, bueno, al fin y al cabo, no es más que literatura. Y si es literatura, no es más que ficción. Ficción...

Fue hace unos ochenta años. En la Alemania nazi, tras el intencionado incendio del Reichstag (¡vaya, incendio otra vez!) y la aprobación de la Ley de Defensa del Pueblo y del Estado Alemán, a Hitler no le tembló el pulso al suprimir la libertad de pensamiento, de asociación o de expresión, tras la persecución de 4000 comunistas, el asesinato de opositores, la prohibición de partidos y sindicatos (salvo el NSDAP y el DAF, por supuesto); glorificó aquellos artistas, autores incompetentes pero adeptos al régimen, y una noche, a oscuras, todos con el brazo en alto - saludo a la romana, como su amigo Mussolini - en la Plaza de la Ópera de Berlín,  protagonizaron una quema de libros, de miles de libros, de sus odiosos judíos, causantes de todo infortunio, como fueron Albert Einstein o Sigmund Freud, y de otros degenerados como Hemingway o Jack London. ¿Y estos? Simplemente no pensaban como él. Entonces, estos no debían ser leídos (y curiosamente, Mein Kampf no fue incluido en la lista de libros prohibidos del Vaticano; Pacelli, el futuro papa, Pío XII, era amiguete de Hitler). No, sus ideas no coincidían con las del Führer. 

Pero, vaya, ¿no es ficción? No es ficción, no. Es la advertencia, el miedo, el reflejo del temor por aquellas 
chispas, por las llamas que ya ardían, de la consumida libertad del pobre Alonso Quijano. 

Y yo tiemblo al pensar en los recortes, en los tantísimos recortes en la cultura - en la música, en la literatura, en los museos, en la enseñanza... ¡Privad al pueblo de esos libros, privadlos! Porque así, comerán de vuestras manos. (O en vuestras manos, que la comida se la gana el pueblo como puede). 

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres."

Quema de libros en la Plaza de la Ópera de Berlín, 1933

Cartel del 'Gran Hermano' de 1984, de George Orwell.

domingo, 30 de marzo de 2014

El ojo de Sartre

No se quedó así por echarle un ojo a Simone de Beauvoir, no.

El existencialismo que divisó Sartre lo fue encontrando poco a poco, sentado en el Cafe de Flore o paseando por le Quartier Latin mientras, de lejos, seguía con la mirada la corriente del Sena.

Parece que ese existencialismo debió buscarlo en algún lugar que no muchos vieron (creo que J.L. Borges sí lo vio, ese mismo, sí), en el interior de un hombre libre y condenado a vivir, debió buscarlo en algún punto de fuga.

Quiso tornar la mirada hacia aquella consciencia (o inconsciencia) reflexiva. Cayó primero en La Náusea, después posó su ojo en el aleteo de Las moscas, se encerró en Huis Clos (Puerta cerrada), puerta cerrada: miró dentro, y en las imágenes tras de la ventana se fundió en el existencialismo más profundo, el más irracional, pero el más razonable, en El Ser y la nada.

Y aunque a veces semejante a la indiferencia de Camus, no acabó llevándose demasiado bien con este último.

Y Borges, y Sartre, los dos quedaron mirando aquellos senderos que se bifurcan:

María Domínguez del Castillo

sábado, 29 de marzo de 2014

Tchaikovsky y Allende y un golpe de estado

Ayer por la tarde todos tenían algo que hacer menos yo, es decir, que yo tenía todo que hacer. Salí de la cocina con un plato y las sobras del día, me senté a las nueve, y a la una y media me sorprendió el ruido de las llaves detrás de la puerta.

A las nueve era de noche, el salón a oscuras, una lamparilla encima del piano abierto tiritaba de frío porque fuera llovía. Casi como un ritual, yo, enterrada bajo la manta naranja de cuadros encima del sillón, encendí el televisor. Creo que tardé unos veinte minutos en encontrar el botón de los canales de radio, y  mientras lo buscaba me tuve que tragar un debate de salivas, escupitajos, y uñas pintadas de rojo, y faldas y trajes de blanco, uno de esos programas número uno en audiencia que tuve que poner en silencio porque no sé si esas criaturas me daban pena o miedo, puse 'Radio Clásica' y abrí por la marca el segundo tomo del primer libro de Allende. 
Cuando sonaba la música, leía. Cuando el señor detrás de la pantalla negra comentaba la obra emitida o relataba la biografía del compositor, escuchaba. ¡Vaya! ¡Qué feliz soy entonces! Y en la casa solo se escuchaba a Brahms y la lluvia de fuera. 

En uno de esos descansos que me daba Radio Clásica a la vista (estos días parece que empiezo a ver algo borroso con el ojo izquierdo) quedé fascinada con la vida de Tchaikovsky. Conozco todas sus obras de memoria pero nunca había tenido la decencia de presentarme o conocerlo a él. Un niño extremadamente (y excesivamente) sentimental, que comenzó con el piano a los cinco y amaba a su madre con fervor. Con diez lo mandaron a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo, allí sus primeras prácticas homosexuales, y a los catorce murió su madre, de lo que nunca se podría recuperar este romántico sentimental. La única mujer, y tal vez, el único verdadero amor de su vida, sonaba a soprano, Désirée Artôt, quien meses más tarde, comprometida con Tchaikovsky, se casaría con el barítono español Mariano Padilla y Ramos.

El señor detrás de la pantalla negra comenzó a analizar Romeo y Julieta del Tchaikovsky desdeñado: la técnica musical en el tema de Fray Lorenzo que tuvo que modificar, acompañando al sacerdote con una composición más religiosa; esa lucha entre los Capuleto y los Montesco, parecían dos voces, dos grupos, instrumentos de madera e instrumentos de metal enfrentados, devorándose, simbolizando los dos apellidos. Y después... Y después el tema inesperado de los amantes, curiosamente en Re bemol. ¿En Re bemol? ¿Qué pinta ahí el Re bemol?, decía el señor detrás de la pantalla negra. ¿Qué pinta ese tono ahí?  ¿En qué pensabas, Tchaikovsky? ¿En qué pensaba? Nada, no pinta nada. ¿Nada? Los amantes fatales, amor, pasión, lágrimas, llanto. Y en Re bemol. Verán, el Re bemol, decía, en alemán se dice 'Des', y 'Des' es el inicio del nombre 'Désirée', y su amor, y su pasión, y sus lágrimas y llantos quedaron suspendidos en el Re bemol, en Des, de Romeo y Julieta, los imposibles... 

Yo con ese dolor en la boca del estómago, ese cosquilleo pesado en el pecho, angustia dibujada. El hombre detrás de la pantalla negra calló, y siguió la música. Abrí el libro y leí: se dio el golpe de Estado, mataron a Jaime, le quemaron los testículos con cigarrillos los golpistas, "pudriéndose en su propio excremento, su sangre y su espanto", "lo fusilaron en el suelo porque no podía tenerse en pie", remataron sus miembros con dinamita; Amanda moría por dentro, Blanca buscaba a Miguel, Clara, del más allá, prevenía a su nieta Alba, Esteban Trueba bebía champán... 

Me fui a la cama temblando. Es verdad, en la tarde de ayer no pasaba nada, todos tenían algo que hacer menos yo, pero, Dios mío, había pasado tanto...

sábado, 9 de noviembre de 2013

Falta de tiempo

Yo lo llamo 'antitiempo'. Es el tiempo que te priva del tiempo. Es un tiempo caprichoso.

Este tiempo te deja hacer tantas cosas, tantas cosas que a veces no son cosas para ti. Esos trabajos, esos retoques, esa rutina que te amarra al antitiempo. Esa lucha contra el reloj, y es que al final, uno no tiene todo el tiempo del mundo. Todo el tiempo del mundo le tiene a uno. Ya lo vemos por la calle, esas personas caminando, que parecen programadas, con las carpetas bajo sus brazos. Con los problemas bajo sus brazos. Nosotros tenemos el tiempo, pero el antitiempo te va esclavizando. Y no puedes hacer lo que te hace feliz.

Si hay suerte, si el antitiempo descansa y te da la libertad, esos ratitos en los que estás sentado en un sillón viejo que te pregunta si has terminado ya de trabajar, y tú le respondes que sí, que curiosamente sí, que has terminado antes, que has terminado lo que tenías que hacer, (o al menos el tiempo ha terminado lo que tenía que hacer contigo), en esos ratos, es que se está tan cansado que no puedes hacerte con él. Y esos ratitos se esfuman. Porque en tales momentos de libertad, ¿qué mente cansada es capaz de llevar a cabo algo que requiera tanta atención como los cuentos de Cortázar requieren? Entonces el antitiempo se ríe de ti.

Es una pena que se viva así. En esos momentos, esos ratos libres, abro un libro, leo una página veinte veces, sigo sin enterarme, y me quedo dormida en el sofá viejo que me recordó que el tiempo había ya terminado lo que tenía que hacer conmigo.

Por eso no he escrito sobre Tiempos difíciles, de Charles Dickens, de La Colmena, de Camilo José Cela, de Las armas y otros relatos, de Final del juego, de los cuentos de Cortázar, de esa adaptación literaria de Billy Elliot en francés que leí en otro sofá viejo, por eso no me da tiempo de leer más de dos hojas de Rayuela, de Cortázar, seguidas, sin leerlas veinte veces y no enterarme de nada, sin quedarme dormida porque esta vez es el sueño el que no ha terminado lo que tenía que hacer conmigo.

Y el antitiempo se ríe.

María Domínguez del Castillo



Señora de rojo sobre fondo gris

Un contraste. Es un contraste, quizá no haya palabra mejor para describir este libro. Un contraste, como su título; un contraste, y es que es tan diferente. Es tan diferente.

Tal vez lo que más me gusta de los libros sean sus páginas. Pasarlas, olerlas, anotarlas a lápiz, las leo despacio, muy despacio, las releo entonces más despacio aún, las que son buenas, las que son mágicas. Viajo en sus curvas, las interpreto, las saboreo, las vuelvo a leer. Esto me ocurre con Cortázar, con Alberti, Miguel Hernández, García Lorca, Borges, tantos... Incluso con algunas novelas largas. Pero cometí el error, con Señora de rojo sobre fondo gris, cometí el error de pasar todas las páginas en una sola tarde, y es que no pude permitirme no hacerlo así de rápido. 

Miguel Delibes lo consiguió.  Lo consiguió como algo bueno, no como algo malo. El error fue mío al devorarlo así, pero no tuve más remedio. No podía dejar de leer. 

 Señora de rojo sobre fondo gris no es una novela larga, no. Es breve, pero afilada, cortante, es un círculo afilado y perfecto. Escrita en segunda persona,  el yo literario se dirige a su hija, habla con ella, y sobre ella se derrama, en forma de monólogo, se derrama, y nosotros también nos derramamos al leerla, incluso nuestros ojos se derraman. Va entretejiendo la historia de sus hijos, su mujer, su crisis creativa,  sus cuadros, sus pinturas, su vestido rojo... 

Como no es contar la historia el motivo de esta entrada, como es más un regalo, una invitación, una sugerencia, ya solo daré una imagen de esta señora sobre fondo gris, que es el recuerdo del escritor, el recuerdo de su propia pérdida, tal vez por eso la obra resulte tan real, tan dolorosa, tal vez por eso nuestros ojos se derraman, tal vez lloramos sobre los recuerdos de Delibes, sobre su verdad.



María Domínguez del Castillo

lunes, 27 de mayo de 2013

El nombre del viento - Patrick Rothfuss

Después de leer durante un tiempo a grandes autores españoles,  los cuentos majestuosos de Cortázar y Borges, las obras teatrales de García Lorca y Valle Inclán, los del 98 y los del 27, vanguardistas y románticos, y muchos otros, quise empaparme los pies en orillas extranjeras. Los relatos macabras de Edgar Allan Poe me dejaron los pelos de punta. 

Aún no recuerdo cómo, los primeros dos volúmenes de la trilogía de Patrick Rothfuss, Crónica del Asesino de Reyes, llegaron a mis manos,

El primer título, el nombre del viento, me sorprendió. Cierto que era una traducción, y que se trataba del primer libro publicado por el autor. Cierto, también, que era una novela no tan literaria, más relatora, más fantástica. No sabía qué esperar al pasar las primeras páginas. Pero poco a poco, aquellas hojas conseguían deslizarme junto ellas, tal y como habían hecho antes las pastas de Harry Potter. 




Si preguntan qué tipo de fantasía cimienta esta historia, tal vez no encontrarían respuesta. Sin aireo de varitas mágicas, ni anillos encantados, ni abras, ni cadabras. Rothfuss ha logrado hilar una historia de mil y un colores y texturas, y trayendo al mundo palabras tales como sigaldría y simpatía. No es Kvothe, el protagonista, un nuevo mago nacido de la influencia de la tinta de J.K. Rowling, de Tolkien ni de C.S Lewis. Entre vínculos simpáticos y notas de laúd, puede que Kvothe no solo logre encontrar el nombre del viento. Tal vez, incluso, logre encontrar el nuestro. El del lector. 

El temor de un hombre sabio, segundo volumen de la trilogía, no es menos que el primero. Me atrevo a afirmar incluso mi preferencia por el segundo. Más acción, más hechos, más magia. 

Sin duda, estos títulos son la medicina perfecta para las mentes dormidas, las mentes que han olvidado cómo soñar.