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lunes, 27 de enero de 2014

Víspera del Gozo - Pedro Salinas


Víspera del Gozo, Pedro Salinas, primera obra en prosa (1926). Todos los textos navegan en torno a esa idea de la 'víspera del gozo': Las grandes expectativas, aquellas esperanzas, que se derrumban y dejan un sabor amargo en la boca cuando llegan, cuando la imaginación fue más bella recreada que la verdad misma, insatisfactoria, decepcionante; desaliento y desengaño.

Es eso lo que ronda por la mente del yo literario en su paso por Sevilla, en el vagón de algún tren, en el jardín de una iglesia, la quietud del reloj, de sus manecillas, Aurora de verdad, la marcha de Livia Schubert...

Son escritos muy breves, fáciles de leer, escritos para saborear, no para devorar, con una influencia indudable del vanguardismo del siglo XX: Mundo cerrado, Entrada en Sevilla, Cita de los tres, Delirios del chopo y el ciprés, Aurora de verdad, Volverla a ver y Livia Schubert, incompleta.

Realmente no podría elegir, pero me encanta el tema del primero, la imagen que da Salinas de Sevilla en el segundo, de sus callejuelas, supongo, por ser yo nativa de esta misma ciudad, el tratamiento del tiempo y el estilo único de sus palabras en el mismo, el hallazgo en Aurora de verdad, el viaje en ascensor en Volverla a ver.

En cuanto a lo que tienen en común cada uno de estos escritos, tal vez lo que más resalte sea la presencia de un personaje y la ausencia de otro (u otra cosa). En todos ellos, intentando reconstruir o inventar a ese ausente, un ausente que ya existe, que difiere y se desvía. He aquí esa influencia vanguardista del cubismo de la que hablamos antes. Dice Guillermo de la Torre que el cubismo es "aquel arte de descomponer y recomponer la realidad". 

No digo ya nada más, e invito a que lean esta obra, no demasiado conocida. Fue más la fama de Salinas la de su poesía, pero no confundamos fama con reconocimiento, calidad o arte. Miremos si no al señor Manuel Machado.

María Domínguez del Castillo

sábado, 18 de enero de 2014

Una de arte

El arte, la cultura y el saber lo es todo para algunos. Una necesidad, como lo es respirar o dormir o beber. Después de reseñas y literatura, dejemos paso a la pintura. Y, como en literatura, algunos, en contenido; otros en forma; y otros incluso, una mezcla de los dos, todos tan diferentes, tan únicos. He elegido algunas obras (nunca pensé que fuese tan complicado elegir una de cada autor), y muchas otras me las tuve que tragar, con la esperanza de compartirlas en alguna otra ocasión.

Comencemos con un favorito de Julio Cortázar, Paul Delvaux (tan surrealista como él):

Le miroir, 1936



Otro surrealista. Ahora Magritte. Surrealista, tan simbólico, metafórico, nos da de qué pensar. En este cuadro me basé para escribir un relato para un certamen literario, me trae buenos recuerdos: 

La Reproducción Prohibida, 1937


Uno de mis favoritos, y muy distinto a los anteriores, el impresionismo de Pissarro. Sí que es difícil elegir:

                                   Los tejados rojos, 1877


Boulevard Monmartre, 1897



James Ensor. También le gustaba a Cortázar. Aquí tenéis un autorretrato de él en la multitud de máscaras. ¿Hipocresía ,mentira?

Autoretrato con Máscaras, 1889


Vamos a otro muy diferente. Uno de los que más me gustan, por no decir, el que más. Renoir

Baile en el moulin de la Galette, 1876

La luz a través de las hojas de los árboles...

Seguimos con el Impresionismo. Ahora Monet:

Trouée de soleil dans le brouillard, 1904


Guernica Celestina, de Picasso



Recuerdo ir al Louvre para ver este cuadro de Murillo, El joven mendigo


La mirada inquietante de esa mujer... Aquí viene Khnopff

Una ermitaña, 1891


Saturno devorando a un hijo, de Goya,


Y cerramos con Degas, el pintor de las bailarinas. Sí, faltaron muchos. Ya en otra entrada los recordaremos. Un abrazo:







miércoles, 11 de diciembre de 2013

El extranjero - Albert Camus

Lo cierto es que yo conocía a Sartre como figura literaria, por Huis Clos en especial, y no a Camus. A este únicamente lo conocía como figura filosófica. Filosofía del siglo XX, el existencialismo de Camus y Sartre, el ser humano está condenado a ser libre, L'homme est condamé à être libre. 


Pero, ¿y su literatura? Reconozco que las traducciones me ponen los pelos de punta, y no en el sentido positivo o halagador de la expresión. Me dan miedo. Temo no llegar a conocer al autor, no entender lo que él o ella nos cuenta, no estar leyendo realmente el libro, porque el cuerpo y la forma constituyen una armonía, un conjunto, una esfera perfecta, como decía Cortázar, si bien es cierto que algunas traducciones como la de Moby Dick, de Maylee Yábar-Dávila y José Luis García, son auténticas maravillas.

                                       


Quise entonces, hace unos días, probar con El extranjero en su versión original (L'Étranger), para conocer a Albert, para presentarme, conversar con él... Y funcionó. Un francés hermoso y fácil de leer, con algunos pasajes verdaderamente magistrales, de tal profundidad psicológica, expresados sin embargo de forma simple y conexa, como solo un genio puede hacer.


Siendo una de sus obras literarias más reconocidas, es fácil encontrar, ni si quiera se oculta, la filosofía de Camus desde la curiosa perspectiva del protagonista, el señor Meursault. Su indiferencia y escepticismo, una existencia absurda y monótona, una muerte aburrida e inevitable. Una vida que trascurre sin aflicción, sin miedo ni preocupación; también sin ilusión, sin objetivo alguno.


Un personaje caracterizado por la ausencia de valores y la carencia de sentimientos, como se hace notar ya en la primera línea de la obra:

"Aujourd'hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas."


Pero, ¿cómo interpretar esta obra? ¿Una mera historia carente de cualquier tipo de sensibilidad? ¿Una obra de arte literaria? ¿La aceptación del personaje como portavoz de la ideología o el pensamiento del autor? ¿O como una demanda social? Sí, tal vez sea eso. El reflejo de una sociedad insensibilizada, una sociedad fusilada por dos guerras.
                                                          

María Domínguez del Castillo

sábado, 9 de noviembre de 2013

Señora de rojo sobre fondo gris

Un contraste. Es un contraste, quizá no haya palabra mejor para describir este libro. Un contraste, como su título; un contraste, y es que es tan diferente. Es tan diferente.

Tal vez lo que más me gusta de los libros sean sus páginas. Pasarlas, olerlas, anotarlas a lápiz, las leo despacio, muy despacio, las releo entonces más despacio aún, las que son buenas, las que son mágicas. Viajo en sus curvas, las interpreto, las saboreo, las vuelvo a leer. Esto me ocurre con Cortázar, con Alberti, Miguel Hernández, García Lorca, Borges, tantos... Incluso con algunas novelas largas. Pero cometí el error, con Señora de rojo sobre fondo gris, cometí el error de pasar todas las páginas en una sola tarde, y es que no pude permitirme no hacerlo así de rápido. 

Miguel Delibes lo consiguió.  Lo consiguió como algo bueno, no como algo malo. El error fue mío al devorarlo así, pero no tuve más remedio. No podía dejar de leer. 

 Señora de rojo sobre fondo gris no es una novela larga, no. Es breve, pero afilada, cortante, es un círculo afilado y perfecto. Escrita en segunda persona,  el yo literario se dirige a su hija, habla con ella, y sobre ella se derrama, en forma de monólogo, se derrama, y nosotros también nos derramamos al leerla, incluso nuestros ojos se derraman. Va entretejiendo la historia de sus hijos, su mujer, su crisis creativa,  sus cuadros, sus pinturas, su vestido rojo... 

Como no es contar la historia el motivo de esta entrada, como es más un regalo, una invitación, una sugerencia, ya solo daré una imagen de esta señora sobre fondo gris, que es el recuerdo del escritor, el recuerdo de su propia pérdida, tal vez por eso la obra resulte tan real, tan dolorosa, tal vez por eso nuestros ojos se derraman, tal vez lloramos sobre los recuerdos de Delibes, sobre su verdad.



María Domínguez del Castillo

jueves, 30 de mayo de 2013

Jostein Gaarder

Muchos habréis oído hablar del best-seller internacional de Jostein Gaarder, El mundo de Sofía.  

El escritor noruego estudió Filología Escandinava e Historia de las ideas y de la religión, por lo que sin duda fue su inquietud por la filosofía la que le incitó a derramar sus preguntas sobre la vida y el mundo en cada una de sus páginas. 

Después de once años como profesor de filosofía y literatura, quizá advirtiera que una sociedad libre es aquella que piensa, y que la base de aquella sociedad no es otra que los jóvenes. Centrando su literatura en el público infantil y juvenil, el autor revela sus mayores inquietudes filosóficas y enigmas sin resolver. 

Una de sus novelas de mayor éxito es El mundo de Sofía, en la que, en un formato adaptado a su público meta, deshoja una a una las etapas de la historia de la filosofía, desde los filósofos de Mileto hasta Jean-Paul Sartre, en el seno de una historia surrealista, inquietante y maravillosa. 

Pero de todas sus obras, Maya, El enigma del espejo, Vira Brevis, o La joven de las naranjas, tal vez fue El misterio del solitario la que más me cautivó. Una historia imposible, hilada a otra, cosida a otra a su vez... Todas lejanas, diferentes, pero relacionadas entre sí. El pequeño Hans Thomas, en un viaje a Atenas junto a su padre, marino y filósofo, parará en el pequeño pueblo de Dorf. Allí, un panadero le regalará un panecillo, con un diminuto libro escondido en su interior. Sin querer revelar los secretos de la novela de Gaarder, únicamente me atrevo a afirmar que cada una de las páginas es una historia nueva, única, una historia bien elaborada, inimaginable, que no se asemeja a ninguna otra jamás escrita. 



Después de leer El misterio del solitario, que sin lugar a dudas dejará un leve sabor a 'bebida púrpura' en vuestra lengua, podréis decir, como muchos han dicho, que queréis ser un comodín.

El éxito que ha conseguido labrar este autor no es otro que el de hacer pensar a una sociedad, el de ayudarla imaginar y soñar, en un mundo en el que a veces, esto último no nos está permitido, en el que soñar es tan tangible como el humo...

lunes, 27 de mayo de 2013

El nombre del viento - Patrick Rothfuss

Después de leer durante un tiempo a grandes autores españoles,  los cuentos majestuosos de Cortázar y Borges, las obras teatrales de García Lorca y Valle Inclán, los del 98 y los del 27, vanguardistas y románticos, y muchos otros, quise empaparme los pies en orillas extranjeras. Los relatos macabras de Edgar Allan Poe me dejaron los pelos de punta. 

Aún no recuerdo cómo, los primeros dos volúmenes de la trilogía de Patrick Rothfuss, Crónica del Asesino de Reyes, llegaron a mis manos,

El primer título, el nombre del viento, me sorprendió. Cierto que era una traducción, y que se trataba del primer libro publicado por el autor. Cierto, también, que era una novela no tan literaria, más relatora, más fantástica. No sabía qué esperar al pasar las primeras páginas. Pero poco a poco, aquellas hojas conseguían deslizarme junto ellas, tal y como habían hecho antes las pastas de Harry Potter. 




Si preguntan qué tipo de fantasía cimienta esta historia, tal vez no encontrarían respuesta. Sin aireo de varitas mágicas, ni anillos encantados, ni abras, ni cadabras. Rothfuss ha logrado hilar una historia de mil y un colores y texturas, y trayendo al mundo palabras tales como sigaldría y simpatía. No es Kvothe, el protagonista, un nuevo mago nacido de la influencia de la tinta de J.K. Rowling, de Tolkien ni de C.S Lewis. Entre vínculos simpáticos y notas de laúd, puede que Kvothe no solo logre encontrar el nombre del viento. Tal vez, incluso, logre encontrar el nuestro. El del lector. 

El temor de un hombre sabio, segundo volumen de la trilogía, no es menos que el primero. Me atrevo a afirmar incluso mi preferencia por el segundo. Más acción, más hechos, más magia. 

Sin duda, estos títulos son la medicina perfecta para las mentes dormidas, las mentes que han olvidado cómo soñar.