lunes, 20 de octubre de 2014

Efímeros azares

Efímeros azares, efímeras suertes de felicidad.

Qué bien poder hablar con alguien sobre perderse o estar perdido, sobre las lenguas y las ciudades, sobre la música y los museos, hablar del café y de los cafés, del jazz y de Charlie Parker, del retrato tan perfecto de un Budha oriental dibujado por un Hesse alemán, europeo, occidental.
Qué bien poder hablar con alguien que no le saca a uno al menos treinta años, con alguien de la misma condición, con los mismos problemas, que no, por una vez, no con otros más adultos que se tendrán, que tendré, y que ya alcanzo a percibir bajo el polvo y el tiempo.

Decir viajé a tal ciudad, y no tener que responder a un ¿y cuánto costó, cuántos días, qué compraste, para qué? (esas preguntas que tanto repudiaba el amigo del Principito, el piloto de avión), y sí hacerlo a un ¿te gustó la ciudad, cómo eran las calles, las casas, los colores?

Qué bien poder hablar con alguien, con ese primer alguien que alaba cierta compañía de vuelo por sus vuelos, por su democratización, en contraposición con esa inmensa mayoría, esa inmensa masa compacta y densa y pastosa que tanto la critica por la dificultad de los trámites, por las exigencias totalitarias,  por la poca exquisitez… Pues, ¿qué otra exquisitez que viajar por el precio de un pulóver y dejarse tragar, consumir lentamente en corrientes del Sena y en ese fuego sordo de la rue de la Huchette, que hallarse así con poco más que una bolsa, algún libro, algo de tinta, en un pueblecito belga, qué más da el lugar, qué mayor exquisitez que abandonarse en un hostal, el más pequeño, el más pobre, que despegar un viernes y aterrizar (¡aterrizar!) un domingo para volver a entrar en ese eterno retorno de las alarmas y la tostada quemada, de la ducha fría a las siete y el almuerzo a la una y cinco, del café que se enfría y de los paraguas rotos, todo en papel milimetrado, todo, todo, todo, uno, dos, tres…

Pero qué efímeros estos alguien, estas personas, anónimos, estos pequeños espejos imperfectos a los que nos miramos un día; qué fugaces y casuales, y papel que vuela, y hoja que cae, siempre en ese azar de idas y vueltas, ora me quedo y te conozco, ora me marcho y te comienzo a desconocer, pero antes, hubo un antes, antes, antes, ¿entiendes?

Y entonces quedan los antes, las tardes de dos guitarras, los domingos en tiendas de segunda mano en una ciudad de mar inglés, las horas de cafés y libros y paseos por los cementerios, un pueblo perdido vestido de verde y lluvia, los mediodías de Herman Hesse, la luz de las vidrieras, los cantos de una iglesia anglicana con libros de canciones y ladrillos rojos, la palabra, el antes, el swing…

Efímeros azares, efímeras suertes de felicidad.

martes, 26 de agosto de 2014

Un tal Julio en Montparnasse

Hoy se celebra el 100º aniversario del nacimiento de Julio Cortázar y pienso que sí, que quizá debí nacer algunos años antes, antes de que amenazara la lágrima fácil al mirar atrás, antes de que el libro electrónico amenazara al libro de papel, a las anotaciones a lápiz, las referencias a pie de página, los fragmentos subrayados, las lecturas al sol sin dolor de cabeza. Y así se cumple lo que dijo este cronopio una vez en las hojas de Rayuela: "En realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás". Y yo sólo puedo contradecir lo de los cuarenta años.

La guerra comenzaba, los alemanes violaban la neutralidad de Bélgica cuando Julio nacía, la bélica circunstancia que dio a luz a uno de los mayores pacifistas, argentino, bonaerense, latinoamericano por encima de todo, parisino, libertador de la identidad cultural de una Latinoamérica que únicamente tenía ojos para las palabras más allá del charco. 

Qué insensato por mi parte, sin haberlo visto en vida, y qué sensato a la vez, decir que probablemente Julio es para mí de las personas más importantes, más influyentes, por mí más amadas, a las que más tengo que agradecer. Presentándome a Charlie Parker, al swing, y  al solo de jazz, a las noches de Paul Delvaux, al sueño y a la vigilia, al Pont-Neuf y al azar, a las dudas tormentosas de Horacio y a sus finales inconclusos, a la búsqueda del centro, del cielo de la rayuela, a las palabras de un tal Lucas y a las noches sin dormir, noches de insomnio literario, de cama deshecha, de tintero derramado en la colcha, de pluma y de máquina de escribir. Siempre Julio el origen de charlas que desembocan en enredaderas e interminables divagaciones con las personas que aprecio, y que me enseñan tanto, que desembocan en finales impredecibles, recorriendo la autopista de Marsella, o la autopista del sur; tardes en el café, medias horas en un despacho que son bocanadas de aire en una ciudad de ruido y de humo y asfalto. De monólogos internos apoyada sobre su tumba en el cementerio de Montparnasse, monólogos que nadie oye, o quizá él... 

Él quien evoca esa especie de ternura que desprende la Maga, o Carol Dunlop, o Aurora. Él quien torna lo ordinario en pura magia y azar, lo cotidiano del revés, el habla en el 'hablar de lo que no se habla', quien logra escribir todo aquello que en ocasiones llegábamos a sospechar pero que no sabíamos, todo aquello que quedaba bajo la sombra de la inconsciencia. Él quien me incita a pasear por pasear o por buscarme, el que me hace a veces mirar una piedra o una lata de refresco sobre la acera, caminar no sé hacia dónde, preguntarme lo innombrable o cuestionarme lo evidente, y queda tanto, tanto por leer.

Y cuando parece que sí, que es así, que no es más, no más que una piedra de mármol, una lápida, unas flores secas, unos restos en el cenicero, un punto y final, nace esa satisfacción, la felicidad de las pequeñas cosas, la garantía de poder leer de nuevo, y tantas veces como quiera, leer tantas veces nomás, sus libros, las notas a lápiz, su tinta, la tinta de un viejo cronopio de piernas largas y ojos grandes, ojos anormalmente grandes, que miran y miran y miran, que no dejan de mirar. 

María Domínguez del Castillo - 26/8/2014


jueves, 29 de mayo de 2014

Une recommandation littéraire: Julio Cortázar


C’est tellement horrible, le blocage de l’écrivain… C’est vraiment horrible… Quelques fois, quand je me trouve face à une page vierge, vide, sans défense, tout seule, il m’arrive de penser que cette encre, que cette encre noire ne va jamais sortir, jamais, qu’elle va toujours rester à l’intérieur de mon stylo-plume. Je me demande souvent s’il subissait ce mal, s’il souffrait aussi du blocage de l’écrivain. Je parle de Julio Cortázar.

Mais il serait difficile de croire ça… Il suffit de jeter un coup d’œil à son œuvre littéraire, au monde qu’il a créé dans chaque conte, dans chaque livre et chaque histoire. Bien que des romains comme Marelle, Les Gagnants ou Les Rois soient réellement merveilleux, ce que je recommande chaque fois que quelqu’un me le demande, c’est une compilation de contes, publié par ‘Editorial Sudamericana’, qui comprend des récits des livres comme Fin d’un jeu, Les armes secrètes ou Tous les feux le feu.

La majorité de ces contes ont un trait surréaliste, et ils s’inscrivent dans le cadre du réalisme magique. Peut-être qu’une des choses qui m’attiraient le plus est le dilemme fantastique. La confusion, le mélange entre le jour et la nuit, le rêve et la veille, la réalité et la fantaisie, le présent et le passé, le créateur et la création. Si nous analysons les contes, nous nous apercevons de l’énorme profondeur philosophique, ce qui va au-delà de la simple histoire surréaliste, de l’extraordinaire qualité littéraire et de la maestria des fins des contes surprenants et inespérés.

Curieusement, j’ai visité la tombe de Julio Cortázar au Cimetière du Montparnasse à Paris cet été, et j’avais déjà lu tous ses contes, donc ça a était une expérience très intime, très honnête. Je me souviens du moment. Je regardais les fleurs jaunes sur sa tombe comme je regarde les courbes de ses paroles sur le papier (sur le livre), comme j’écoute le son de sa voix, en caressant la Seine.


María Domínguez del Castillo

jueves, 15 de mayo de 2014

Feria del Libro de Sevilla, 2014

Un año más se celebra la Feria del Libro de Sevilla, del 22 de mayo al 1 de junio.

Creo que fue hace unos tres años cuando, en la Plaza Nueva de Sevilla, leía mi relato (no recuerdo el título, trataba de un tal Manheb...), con motivo de un certamen literario. Es curioso. No recuerdo su título, pero sí recuerdo aquella profecía, el presentimiento infalible, las palabras de una profesora, una persona a la que debo tanto: Tengo una corazonada.

Este año vuelvo a la Feria del Libro, en la que participar es siempre un regalo, también una esperanza. Supongo que este mundo, el de la literatura, ahora, ahora sobre todo, es el tesoro de los artesanos, de los guardianes y de los maestros: los que la crean, los que la protegen, los que la enseñan, y sin estos, sin estos últimos en especial, nos iríamos a pique, a pique de verdad, aquellos que vivimos por y para ella. Y creer (porque al menos quiero creerlo) que en parte, remota acaso, pero en parte, puedo ser de esos juglares, esos maestros o artesanos, hace que, aunque insatisfecha, impotente, incapaz de más, tenga la conciencia tranquila (qué digo, menos intranquila). 

He tenido la suerte, el honor, he tenido la realidad onírica (no sé ya cómo llamarlo), aunque también la indecencia (porque qué bien lo hubiera hecho otro, Julio Cortázar, qué bien) de traducir del francés una introducción de Yasmina Khadra a una edición del libro-disco basado en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, interpretado por Ángel Corpa, y de asistir a la presentación el viernes 23 de mayo en la Plaza Nueva, de 13'00 a 14'00. 

Yasmina Khadra nació en Argelia y reside ahora en Francia, con una vida, una biografía de todo menos común, de todo menos aburrida o fácil, y que, tal y como he hablado hoy con otra persona a la que debo más de lo que tal vez pueda llegar a decirse, o a escribirse, me recuerda al mismo Albert Camus - escritor argelino, hijo de colonos franceses, que tampoco pudo luchar contra la corriente del río Sena y que, como muchos otros, allí acabó, en su orilla, en París. Casualmente este verano leí un libro de Khadra, Lo que el día debe a la noche, un magnífico libro, con una reciente adaptación cinematográfica, que relata la vida de Younes, desde su infancia, el dolor, el amor, la vida durante la revuelta argelina. 

Ya solo queda invitar a estos lectores, no muchos, pero lectores, que visiten la Feria del Libro de Sevilla, que acojan a un libro, que no lo abandonen, que lo cuiden, que lo lean, que lean, que sepan, que piensen. 

He llegado a pensar que si llego a encontrarme, en alguna ocasión, por alguna razón, perdonad la cacofonía, con Yasmina Khadra, tal vez (tal vez, no, lo más probable), tal vez se me olvide de repente hablar en francés.

martes, 22 de abril de 2014

Quema de libros

¡Cómo, cómo ardían! ¡Aquellos libros de caballería entre las llamas! Así lo hicieron en Don Quijote de la Mancha. Y entre las páginas de humo, y entre la tinta hecha hollín, prenden aquellas ideas revolucionarias, aquellas historias de aventura y de libertad del pobre Alonso Quijano, que, a pesar del fuego, quedaron flotando en el aire como lo hace la ceniza, como la madera luce un disfraz de ascuas incandescentes después de muerta.

"It was a pleasure to burn. It was a special pleasure to see things eaten, to see things blackened and changed." Así lo quiso Ray Bradbury. También los quiso quemar, los quiso ver devorados, ennegrecidos y cambiados. Y en Fahrenheit 451, esa literatura, ¿dónde quedó? "Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en un resumen de diccionario de diez o doce líneas." Un pasado histórico falso, manipulado, tergiversado, hecho carbón, pero, ¿quién probaba, quién podía demostrar que no fue así en un ayer, que los bomberos antes apagaban fuegos ('fuego', diría J. Cortázar en Todos los fuegos, el fuego), en vez de causarlos, que la gente sabía, que pensaba, que hablaba, que hablaba con personas? ¿Quién? 

En 1984, George Orwell parecía estar seguro de que nadie, nadie, nadie podía demostrarlo (y menos bajo la mirada de 'Gran Hermano'). La historia se crea en el presente, y el ministerio de Verdad juega bien sus cartas, quemando (¡quemando!), quemando testimonios, prendiendo documentos, escribiendo otra verdad, otra historia que pasaba a ser la que siempre había sido, sin apenas temer que el pueblo no lo creyera así.

Aunque, bueno, al fin y al cabo, no es más que literatura. Y si es literatura, no es más que ficción. Ficción...

Fue hace unos ochenta años. En la Alemania nazi, tras el intencionado incendio del Reichstag (¡vaya, incendio otra vez!) y la aprobación de la Ley de Defensa del Pueblo y del Estado Alemán, a Hitler no le tembló el pulso al suprimir la libertad de pensamiento, de asociación o de expresión, tras la persecución de 4000 comunistas, el asesinato de opositores, la prohibición de partidos y sindicatos (salvo el NSDAP y el DAF, por supuesto); glorificó aquellos artistas, autores incompetentes pero adeptos al régimen, y una noche, a oscuras, todos con el brazo en alto - saludo a la romana, como su amigo Mussolini - en la Plaza de la Ópera de Berlín,  protagonizaron una quema de libros, de miles de libros, de sus odiosos judíos, causantes de todo infortunio, como fueron Albert Einstein o Sigmund Freud, y de otros degenerados como Hemingway o Jack London. ¿Y estos? Simplemente no pensaban como él. Entonces, estos no debían ser leídos (y curiosamente, Mein Kampf no fue incluido en la lista de libros prohibidos del Vaticano; Pacelli, el futuro papa, Pío XII, era amiguete de Hitler). No, sus ideas no coincidían con las del Führer. 

Pero, vaya, ¿no es ficción? No es ficción, no. Es la advertencia, el miedo, el reflejo del temor por aquellas 
chispas, por las llamas que ya ardían, de la consumida libertad del pobre Alonso Quijano. 

Y yo tiemblo al pensar en los recortes, en los tantísimos recortes en la cultura - en la música, en la literatura, en los museos, en la enseñanza... ¡Privad al pueblo de esos libros, privadlos! Porque así, comerán de vuestras manos. (O en vuestras manos, que la comida se la gana el pueblo como puede). 

"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres."

Quema de libros en la Plaza de la Ópera de Berlín, 1933

Cartel del 'Gran Hermano' de 1984, de George Orwell.

domingo, 30 de marzo de 2014

El ojo de Sartre

No se quedó así por echarle un ojo a Simone de Beauvoir, no.

El existencialismo que divisó Sartre lo fue encontrando poco a poco, sentado en el Cafe de Flore o paseando por le Quartier Latin mientras, de lejos, seguía con la mirada la corriente del Sena.

Parece que ese existencialismo debió buscarlo en algún lugar que no muchos vieron (creo que J.L. Borges sí lo vio, ese mismo, sí), en el interior de un hombre libre y condenado a vivir, debió buscarlo en algún punto de fuga.

Quiso tornar la mirada hacia aquella consciencia (o inconsciencia) reflexiva. Cayó primero en La Náusea, después posó su ojo en el aleteo de Las moscas, se encerró en Huis Clos (Puerta cerrada), puerta cerrada: miró dentro, y en las imágenes tras de la ventana se fundió en el existencialismo más profundo, el más irracional, pero el más razonable, en El Ser y la nada.

Y aunque a veces semejante a la indiferencia de Camus, no acabó llevándose demasiado bien con este último.

Y Borges, y Sartre, los dos quedaron mirando aquellos senderos que se bifurcan:

María Domínguez del Castillo

sábado, 29 de marzo de 2014

Tchaikovsky y Allende y un golpe de estado

Ayer por la tarde todos tenían algo que hacer menos yo, es decir, que yo tenía todo que hacer. Salí de la cocina con un plato y las sobras del día, me senté a las nueve, y a la una y media me sorprendió el ruido de las llaves detrás de la puerta.

A las nueve era de noche, el salón a oscuras, una lamparilla encima del piano abierto tiritaba de frío porque fuera llovía. Casi como un ritual, yo, enterrada bajo la manta naranja de cuadros encima del sillón, encendí el televisor. Creo que tardé unos veinte minutos en encontrar el botón de los canales de radio, y  mientras lo buscaba me tuve que tragar un debate de salivas, escupitajos, y uñas pintadas de rojo, y faldas y trajes de blanco, uno de esos programas número uno en audiencia que tuve que poner en silencio porque no sé si esas criaturas me daban pena o miedo, puse 'Radio Clásica' y abrí por la marca el segundo tomo del primer libro de Allende. 
Cuando sonaba la música, leía. Cuando el señor detrás de la pantalla negra comentaba la obra emitida o relataba la biografía del compositor, escuchaba. ¡Vaya! ¡Qué feliz soy entonces! Y en la casa solo se escuchaba a Brahms y la lluvia de fuera. 

En uno de esos descansos que me daba Radio Clásica a la vista (estos días parece que empiezo a ver algo borroso con el ojo izquierdo) quedé fascinada con la vida de Tchaikovsky. Conozco todas sus obras de memoria pero nunca había tenido la decencia de presentarme o conocerlo a él. Un niño extremadamente (y excesivamente) sentimental, que comenzó con el piano a los cinco y amaba a su madre con fervor. Con diez lo mandaron a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo, allí sus primeras prácticas homosexuales, y a los catorce murió su madre, de lo que nunca se podría recuperar este romántico sentimental. La única mujer, y tal vez, el único verdadero amor de su vida, sonaba a soprano, Désirée Artôt, quien meses más tarde, comprometida con Tchaikovsky, se casaría con el barítono español Mariano Padilla y Ramos.

El señor detrás de la pantalla negra comenzó a analizar Romeo y Julieta del Tchaikovsky desdeñado: la técnica musical en el tema de Fray Lorenzo que tuvo que modificar, acompañando al sacerdote con una composición más religiosa; esa lucha entre los Capuleto y los Montesco, parecían dos voces, dos grupos, instrumentos de madera e instrumentos de metal enfrentados, devorándose, simbolizando los dos apellidos. Y después... Y después el tema inesperado de los amantes, curiosamente en Re bemol. ¿En Re bemol? ¿Qué pinta ahí el Re bemol?, decía el señor detrás de la pantalla negra. ¿Qué pinta ese tono ahí?  ¿En qué pensabas, Tchaikovsky? ¿En qué pensaba? Nada, no pinta nada. ¿Nada? Los amantes fatales, amor, pasión, lágrimas, llanto. Y en Re bemol. Verán, el Re bemol, decía, en alemán se dice 'Des', y 'Des' es el inicio del nombre 'Désirée', y su amor, y su pasión, y sus lágrimas y llantos quedaron suspendidos en el Re bemol, en Des, de Romeo y Julieta, los imposibles... 

Yo con ese dolor en la boca del estómago, ese cosquilleo pesado en el pecho, angustia dibujada. El hombre detrás de la pantalla negra calló, y siguió la música. Abrí el libro y leí: se dio el golpe de Estado, mataron a Jaime, le quemaron los testículos con cigarrillos los golpistas, "pudriéndose en su propio excremento, su sangre y su espanto", "lo fusilaron en el suelo porque no podía tenerse en pie", remataron sus miembros con dinamita; Amanda moría por dentro, Blanca buscaba a Miguel, Clara, del más allá, prevenía a su nieta Alba, Esteban Trueba bebía champán... 

Me fui a la cama temblando. Es verdad, en la tarde de ayer no pasaba nada, todos tenían algo que hacer menos yo, pero, Dios mío, había pasado tanto...

martes, 4 de febrero de 2014

Sobre el escritor

El escritor se siente incapaz de conservar lo indigerible en el estómago, el gas hecho plomo en los pulmones, el dolor en la piel y en los huesos, la incapacidad en los labios cerrados. El escritor se siente aterrado a veces, quiere gritar, quiere transcribir las dolencias de su cuerpo en las hojas de papel, y llega un momento en que la tinta que derrama es su sangre derramada. El escritor es, podríamos decir, alguien desequilibrado. Basta con pensar en Virginia Wolf, en Ernest Hemingway (¿Por quién? Por él doblan las campanas...), Ganivet (quiso el río llevarlo, antes que el viento o el tiempo) y Mariano José de Larra, Stefan Zweig y su mujer, Horacio Quiroja...

El escritor está desesperado. La tinta negra del café entra y transpira, calando los folios y las notas. Se sienta en el escritorio, escribe en el suelo, tumbado, frente a la máquina, con un lápiz, una pluma, en medio de la calle de pie, en su libreta, sentado en el banco de un parque, en el baño, en la cocina, en la terraza de un cuarto piso, perdido, en la habitación de un hotel... El escritor necesita viajar. Los viajes son el sedante, la anestesia de su enfermedad, a veces al contrario, el estimulante, el choque frontal, la caída... El viaje le da unas horas en la mesita del tren, en el asiento del avión, mirando por la venta el poema más completo e inalcanzable, su propio poema; el viaje le hace olvidar su ineptitud y su duda, y tras vivir otro mundo, otros versos, otras líneas, su dolor es mayor, mayor su incapacidad, al regresar a su (¿hogar?) pedazo de tierra donde le tocó (¿vivir?) nacer, la ausencia de lo demás es mayor, el poema inalcanzable, más lejano, quimérico. 

El escritor viaja buscando ese poema que vio desde la ventana del avión, poema flotante y vertiginoso. Su poema. El modo de conseguir deshacerse del pensamiento, de la consciencia de lo que para él es la injusticia, la desgracia, la tristeza, algo que le acompaña, la sombra omnipresente, de día, de noche también, sombra más oscura. Escribe, a veces, consigue verter alguna que otra palabra acertada, la acertada para algunos, que se sacian al pasar las páginas, que al menos no se sienten solos en su incapacidad, la incapacidad de los lectores, lectores que buscan en los libros lo que el escritor busca en su tinta. Por eso sigue escribiendo. Escribe, y escribe, y cada vez que escribe, es más consciente de su impotencia, y sigue escribiendo, en un mar desordenado de palabras y nubes y poemas y espejismos. Porque las lágrimas no calan ni manchan como la tinta, la voz no resuena en el tiempo, como las hojas, los ecos se funden, la voz se apaga, su último recurso es el puñal afilado que escupe tinta, el puñal que firma la sentencia de su propia muerte.

Y como ahora ocurre, de nuevo, inútil, de nuevo, incapaz. El escritor vuelve a escribir.

María Domínguez del Castillo




lunes, 27 de enero de 2014

Víspera del Gozo - Pedro Salinas


Víspera del Gozo, Pedro Salinas, primera obra en prosa (1926). Todos los textos navegan en torno a esa idea de la 'víspera del gozo': Las grandes expectativas, aquellas esperanzas, que se derrumban y dejan un sabor amargo en la boca cuando llegan, cuando la imaginación fue más bella recreada que la verdad misma, insatisfactoria, decepcionante; desaliento y desengaño.

Es eso lo que ronda por la mente del yo literario en su paso por Sevilla, en el vagón de algún tren, en el jardín de una iglesia, la quietud del reloj, de sus manecillas, Aurora de verdad, la marcha de Livia Schubert...

Son escritos muy breves, fáciles de leer, escritos para saborear, no para devorar, con una influencia indudable del vanguardismo del siglo XX: Mundo cerrado, Entrada en Sevilla, Cita de los tres, Delirios del chopo y el ciprés, Aurora de verdad, Volverla a ver y Livia Schubert, incompleta.

Realmente no podría elegir, pero me encanta el tema del primero, la imagen que da Salinas de Sevilla en el segundo, de sus callejuelas, supongo, por ser yo nativa de esta misma ciudad, el tratamiento del tiempo y el estilo único de sus palabras en el mismo, el hallazgo en Aurora de verdad, el viaje en ascensor en Volverla a ver.

En cuanto a lo que tienen en común cada uno de estos escritos, tal vez lo que más resalte sea la presencia de un personaje y la ausencia de otro (u otra cosa). En todos ellos, intentando reconstruir o inventar a ese ausente, un ausente que ya existe, que difiere y se desvía. He aquí esa influencia vanguardista del cubismo de la que hablamos antes. Dice Guillermo de la Torre que el cubismo es "aquel arte de descomponer y recomponer la realidad". 

No digo ya nada más, e invito a que lean esta obra, no demasiado conocida. Fue más la fama de Salinas la de su poesía, pero no confundamos fama con reconocimiento, calidad o arte. Miremos si no al señor Manuel Machado.

María Domínguez del Castillo

viernes, 24 de enero de 2014

Cultura: herida abierta

Dijo Ángel Ganivet, hace ya unos buenos años, hacia los noventa y pico del siglo XIX en su obra Idearium español: "Nuestros centros docentes son edificios sin alma; dan a lo sumo el saber; pero no infunden el amor al saber." (Claro que no todos, ni mucho menos). Tal vez sea este uno de los problemas de la crisis cultural de nuestro país. Y por supuesto, todos estos recortes en cultura y educación. Sin ripios, escribo esto de manera breve para hacer reflexionar. Se siembra la semilla, los demás la recogen, riegan la planta. Total, que hacen lo que quieran con ella. Pero que piensen los demás por ellos mismos, eso es lo importante. Así que doy un par de ideas.

En cuanto a lo primero, mucho más no hay que añadir. Es eso lo que muchas escuelas hacen, ¿no? Toma niño, tú estudia esto, yo te pongo la nota (sí, sí, yo te ayudo), y te doy el título de la E.S.O., en el mejor de los casos, haces Selectividad, y como digo, te lo estudias, da igual que no te acuerdes la semana que viene, si al final lo que cuenta es la nota. Y ya está. Y esto no siempre sale bien, más bien al contrario. Suele terminar en fracaso, en desastre. Los niños se cansan, se aburren solemnemente, las clases se hacen largas, el estudio un castigo, el odio a la cultura y a la enseñanza, aterrador, el deseo de pirárselas, monumental. Da real miedo escuchar los comentarios de algún que otro individuo por la calle.

Por eso, los pocos educadores, maestros de verdad, vienen a ser una especie de héroes que sustentan lo poco que aún se mantiene en pie, promoviendo esa cultura, ese amor por el saber, lo que lleva a los alumnos a estudiar por su futuro, su felicidad, y por gusto. Estos son los verdaderos héroes. Estos son los que realmente merecen ese título de profesor.

En cuanto al segundo punto, como no quiero incumplir mi promesa de brevedad, dejo aquí un link que más o menos nos lo explica: http://www.eldiario.es/andalucia/orquestas-andaluzas-do-sostenido-crisis_0_200530014.html Pero, ¿quién, en su sano juicio, como solución pondría recortes en educación, cultura, sanidad? ¿Quién? Miremos a la España nuestra a los ojos y preguntemos qué le ocurre. ¿Qué te ocurre? Lo peor de todo, algo que tal vez muchos se nieguen a aceptar, es que gran parte de la responsabilidad política recae sobre nosotros, los ciudadanos. Una sociedad que no lee es una sociedad manipulable. La mentalidad bipartidista española, que tiene sus raíces más aferradas en el más remoto origen de la nación, es una mentalidad de descarte: no nos va bien con esto, votemos eso otro. Realmente no sabemos lo que hacemos, no sabemos lo que hay detrás de todas esas florituras ornamentales que son las palabras 'ideología', 'izquierda', 'derecha', 'derecho', 'honestidad'. Y el saber, la verdad, o al menos la verdad menos incierta, nos la da la cultura, la información, el contraste de los medios y las fuentes, la lectura, el pensamiento crítico, no el mero alargamiento de dedo índice que señala a los escalafones de ahí arriba.

Aunque no sobre este tema en específico, también relacionado con el mercado de la cultura, un artículo de Arturo Pérez-Reverte: http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/20140126/fulano-quizas-usted-roba-6828.html

María Domínguez del Castillo


sábado, 18 de enero de 2014

Una de arte

El arte, la cultura y el saber lo es todo para algunos. Una necesidad, como lo es respirar o dormir o beber. Después de reseñas y literatura, dejemos paso a la pintura. Y, como en literatura, algunos, en contenido; otros en forma; y otros incluso, una mezcla de los dos, todos tan diferentes, tan únicos. He elegido algunas obras (nunca pensé que fuese tan complicado elegir una de cada autor), y muchas otras me las tuve que tragar, con la esperanza de compartirlas en alguna otra ocasión.

Comencemos con un favorito de Julio Cortázar, Paul Delvaux (tan surrealista como él):

Le miroir, 1936



Otro surrealista. Ahora Magritte. Surrealista, tan simbólico, metafórico, nos da de qué pensar. En este cuadro me basé para escribir un relato para un certamen literario, me trae buenos recuerdos: 

La Reproducción Prohibida, 1937


Uno de mis favoritos, y muy distinto a los anteriores, el impresionismo de Pissarro. Sí que es difícil elegir:

                                   Los tejados rojos, 1877


Boulevard Monmartre, 1897



James Ensor. También le gustaba a Cortázar. Aquí tenéis un autorretrato de él en la multitud de máscaras. ¿Hipocresía ,mentira?

Autoretrato con Máscaras, 1889


Vamos a otro muy diferente. Uno de los que más me gustan, por no decir, el que más. Renoir

Baile en el moulin de la Galette, 1876

La luz a través de las hojas de los árboles...

Seguimos con el Impresionismo. Ahora Monet:

Trouée de soleil dans le brouillard, 1904


Guernica Celestina, de Picasso



Recuerdo ir al Louvre para ver este cuadro de Murillo, El joven mendigo


La mirada inquietante de esa mujer... Aquí viene Khnopff

Una ermitaña, 1891


Saturno devorando a un hijo, de Goya,


Y cerramos con Degas, el pintor de las bailarinas. Sí, faltaron muchos. Ya en otra entrada los recordaremos. Un abrazo: