domingo, 30 de marzo de 2014

El ojo de Sartre

No se quedó así por echarle un ojo a Simone de Beauvoir, no.

El existencialismo que divisó Sartre lo fue encontrando poco a poco, sentado en el Cafe de Flore o paseando por le Quartier Latin mientras, de lejos, seguía con la mirada la corriente del Sena.

Parece que ese existencialismo debió buscarlo en algún lugar que no muchos vieron (creo que J.L. Borges sí lo vio, ese mismo, sí), en el interior de un hombre libre y condenado a vivir, debió buscarlo en algún punto de fuga.

Quiso tornar la mirada hacia aquella consciencia (o inconsciencia) reflexiva. Cayó primero en La Náusea, después posó su ojo en el aleteo de Las moscas, se encerró en Huis Clos (Puerta cerrada), puerta cerrada: miró dentro, y en las imágenes tras de la ventana se fundió en el existencialismo más profundo, el más irracional, pero el más razonable, en El Ser y la nada.

Y aunque a veces semejante a la indiferencia de Camus, no acabó llevándose demasiado bien con este último.

Y Borges, y Sartre, los dos quedaron mirando aquellos senderos que se bifurcan:

María Domínguez del Castillo

sábado, 29 de marzo de 2014

Tchaikovsky y Allende y un golpe de estado

Ayer por la tarde todos tenían algo que hacer menos yo, es decir, que yo tenía todo que hacer. Salí de la cocina con un plato y las sobras del día, me senté a las nueve, y a la una y media me sorprendió el ruido de las llaves detrás de la puerta.

A las nueve era de noche, el salón a oscuras, una lamparilla encima del piano abierto tiritaba de frío porque fuera llovía. Casi como un ritual, yo, enterrada bajo la manta naranja de cuadros encima del sillón, encendí el televisor. Creo que tardé unos veinte minutos en encontrar el botón de los canales de radio, y  mientras lo buscaba me tuve que tragar un debate de salivas, escupitajos, y uñas pintadas de rojo, y faldas y trajes de blanco, uno de esos programas número uno en audiencia que tuve que poner en silencio porque no sé si esas criaturas me daban pena o miedo, puse 'Radio Clásica' y abrí por la marca el segundo tomo del primer libro de Allende. 
Cuando sonaba la música, leía. Cuando el señor detrás de la pantalla negra comentaba la obra emitida o relataba la biografía del compositor, escuchaba. ¡Vaya! ¡Qué feliz soy entonces! Y en la casa solo se escuchaba a Brahms y la lluvia de fuera. 

En uno de esos descansos que me daba Radio Clásica a la vista (estos días parece que empiezo a ver algo borroso con el ojo izquierdo) quedé fascinada con la vida de Tchaikovsky. Conozco todas sus obras de memoria pero nunca había tenido la decencia de presentarme o conocerlo a él. Un niño extremadamente (y excesivamente) sentimental, que comenzó con el piano a los cinco y amaba a su madre con fervor. Con diez lo mandaron a la Escuela Imperial de Jurisprudencia de San Petersburgo, allí sus primeras prácticas homosexuales, y a los catorce murió su madre, de lo que nunca se podría recuperar este romántico sentimental. La única mujer, y tal vez, el único verdadero amor de su vida, sonaba a soprano, Désirée Artôt, quien meses más tarde, comprometida con Tchaikovsky, se casaría con el barítono español Mariano Padilla y Ramos.

El señor detrás de la pantalla negra comenzó a analizar Romeo y Julieta del Tchaikovsky desdeñado: la técnica musical en el tema de Fray Lorenzo que tuvo que modificar, acompañando al sacerdote con una composición más religiosa; esa lucha entre los Capuleto y los Montesco, parecían dos voces, dos grupos, instrumentos de madera e instrumentos de metal enfrentados, devorándose, simbolizando los dos apellidos. Y después... Y después el tema inesperado de los amantes, curiosamente en Re bemol. ¿En Re bemol? ¿Qué pinta ahí el Re bemol?, decía el señor detrás de la pantalla negra. ¿Qué pinta ese tono ahí?  ¿En qué pensabas, Tchaikovsky? ¿En qué pensaba? Nada, no pinta nada. ¿Nada? Los amantes fatales, amor, pasión, lágrimas, llanto. Y en Re bemol. Verán, el Re bemol, decía, en alemán se dice 'Des', y 'Des' es el inicio del nombre 'Désirée', y su amor, y su pasión, y sus lágrimas y llantos quedaron suspendidos en el Re bemol, en Des, de Romeo y Julieta, los imposibles... 

Yo con ese dolor en la boca del estómago, ese cosquilleo pesado en el pecho, angustia dibujada. El hombre detrás de la pantalla negra calló, y siguió la música. Abrí el libro y leí: se dio el golpe de Estado, mataron a Jaime, le quemaron los testículos con cigarrillos los golpistas, "pudriéndose en su propio excremento, su sangre y su espanto", "lo fusilaron en el suelo porque no podía tenerse en pie", remataron sus miembros con dinamita; Amanda moría por dentro, Blanca buscaba a Miguel, Clara, del más allá, prevenía a su nieta Alba, Esteban Trueba bebía champán... 

Me fui a la cama temblando. Es verdad, en la tarde de ayer no pasaba nada, todos tenían algo que hacer menos yo, pero, Dios mío, había pasado tanto...