Después de leer durante un tiempo a grandes autores españoles, los cuentos majestuosos de Cortázar y Borges, las obras teatrales de García Lorca y Valle Inclán, los del 98 y los del 27, vanguardistas y románticos, y muchos otros, quise empaparme los pies en orillas extranjeras. Los relatos macabras de Edgar Allan Poe me dejaron los pelos de punta.
Aún no recuerdo cómo, los primeros dos volúmenes de la trilogía de Patrick Rothfuss, Crónica del Asesino de Reyes, llegaron a mis manos,
El primer título, el nombre del viento, me sorprendió. Cierto que era una traducción, y que se trataba del primer libro publicado por el autor. Cierto, también, que era una novela no tan literaria, más relatora, más fantástica. No sabía qué esperar al pasar las primeras páginas. Pero poco a poco, aquellas hojas conseguían deslizarme junto ellas, tal y como habían hecho antes las pastas de Harry Potter.
Si preguntan qué tipo de fantasía cimienta esta historia, tal vez no encontrarían respuesta. Sin aireo de varitas mágicas, ni anillos encantados, ni abras, ni cadabras. Rothfuss ha logrado hilar una historia de mil y un colores y texturas, y trayendo al mundo palabras tales como sigaldría y simpatía. No es Kvothe, el protagonista, un nuevo mago nacido de la influencia de la tinta de J.K. Rowling, de Tolkien ni de C.S Lewis. Entre vínculos simpáticos y notas de laúd, puede que Kvothe no solo logre encontrar el nombre del viento. Tal vez, incluso, logre encontrar el nuestro. El del lector.
El temor de un hombre sabio, segundo volumen de la trilogía, no es menos que el primero. Me atrevo a afirmar incluso mi preferencia por el segundo. Más acción, más hechos, más magia.
Sin duda, estos títulos son la medicina perfecta para las mentes dormidas, las mentes que han olvidado cómo soñar.
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