sábado, 9 de noviembre de 2013

Falta de tiempo

Yo lo llamo 'antitiempo'. Es el tiempo que te priva del tiempo. Es un tiempo caprichoso.

Este tiempo te deja hacer tantas cosas, tantas cosas que a veces no son cosas para ti. Esos trabajos, esos retoques, esa rutina que te amarra al antitiempo. Esa lucha contra el reloj, y es que al final, uno no tiene todo el tiempo del mundo. Todo el tiempo del mundo le tiene a uno. Ya lo vemos por la calle, esas personas caminando, que parecen programadas, con las carpetas bajo sus brazos. Con los problemas bajo sus brazos. Nosotros tenemos el tiempo, pero el antitiempo te va esclavizando. Y no puedes hacer lo que te hace feliz.

Si hay suerte, si el antitiempo descansa y te da la libertad, esos ratitos en los que estás sentado en un sillón viejo que te pregunta si has terminado ya de trabajar, y tú le respondes que sí, que curiosamente sí, que has terminado antes, que has terminado lo que tenías que hacer, (o al menos el tiempo ha terminado lo que tenía que hacer contigo), en esos ratos, es que se está tan cansado que no puedes hacerte con él. Y esos ratitos se esfuman. Porque en tales momentos de libertad, ¿qué mente cansada es capaz de llevar a cabo algo que requiera tanta atención como los cuentos de Cortázar requieren? Entonces el antitiempo se ríe de ti.

Es una pena que se viva así. En esos momentos, esos ratos libres, abro un libro, leo una página veinte veces, sigo sin enterarme, y me quedo dormida en el sofá viejo que me recordó que el tiempo había ya terminado lo que tenía que hacer conmigo.

Por eso no he escrito sobre Tiempos difíciles, de Charles Dickens, de La Colmena, de Camilo José Cela, de Las armas y otros relatos, de Final del juego, de los cuentos de Cortázar, de esa adaptación literaria de Billy Elliot en francés que leí en otro sofá viejo, por eso no me da tiempo de leer más de dos hojas de Rayuela, de Cortázar, seguidas, sin leerlas veinte veces y no enterarme de nada, sin quedarme dormida porque esta vez es el sueño el que no ha terminado lo que tenía que hacer conmigo.

Y el antitiempo se ríe.

María Domínguez del Castillo



Señora de rojo sobre fondo gris

Un contraste. Es un contraste, quizá no haya palabra mejor para describir este libro. Un contraste, como su título; un contraste, y es que es tan diferente. Es tan diferente.

Tal vez lo que más me gusta de los libros sean sus páginas. Pasarlas, olerlas, anotarlas a lápiz, las leo despacio, muy despacio, las releo entonces más despacio aún, las que son buenas, las que son mágicas. Viajo en sus curvas, las interpreto, las saboreo, las vuelvo a leer. Esto me ocurre con Cortázar, con Alberti, Miguel Hernández, García Lorca, Borges, tantos... Incluso con algunas novelas largas. Pero cometí el error, con Señora de rojo sobre fondo gris, cometí el error de pasar todas las páginas en una sola tarde, y es que no pude permitirme no hacerlo así de rápido. 

Miguel Delibes lo consiguió.  Lo consiguió como algo bueno, no como algo malo. El error fue mío al devorarlo así, pero no tuve más remedio. No podía dejar de leer. 

 Señora de rojo sobre fondo gris no es una novela larga, no. Es breve, pero afilada, cortante, es un círculo afilado y perfecto. Escrita en segunda persona,  el yo literario se dirige a su hija, habla con ella, y sobre ella se derrama, en forma de monólogo, se derrama, y nosotros también nos derramamos al leerla, incluso nuestros ojos se derraman. Va entretejiendo la historia de sus hijos, su mujer, su crisis creativa,  sus cuadros, sus pinturas, su vestido rojo... 

Como no es contar la historia el motivo de esta entrada, como es más un regalo, una invitación, una sugerencia, ya solo daré una imagen de esta señora sobre fondo gris, que es el recuerdo del escritor, el recuerdo de su propia pérdida, tal vez por eso la obra resulte tan real, tan dolorosa, tal vez por eso nuestros ojos se derraman, tal vez lloramos sobre los recuerdos de Delibes, sobre su verdad.



María Domínguez del Castillo